La Codorniz (o la Gallina que Nunca me Comí)

La Codorniz

(o la Gallina que Nunca me Comí)

Transcurrían los frescos días de fines de julio de 1986 en Dinizulú, el antiguo campo-escuela de los Scouts, localizado en lo que es actualmente la Sede Regional Scout en la Rotaria. El hermoso y verde campo-escuela era usado frecuentemente por los scouts de la Entidad (hoy Región) Zulia para dar cursos, charlas, campamentos de inducción y hasta campamentos anuales de grupo, pues contaba con todas las facilidades necesarias para tal fin: verdes y extensos prados para la recreación, duchas, facilidades sanitarias, lagunas artificiales, una empinada colina (conocida como “Cerrito del Diablo”, que no debe confundirse con el verdadero Cerro del Diablo de Ramón Ocando Pérez, a unos 12Km de Dinizulú), un depósito con unas 1.000 varas de mangle de 6, 3 y 1,5m respectivamente, oficinas centrales para los dirigentes y una pequeña granja interna, propiedad del cuidador del campo-escuela, donde podían observarse patos, gansos, gallinas, codornices y otros animales de granja.

Los jóvenes allí presentes se habían reunido porque aquel viernes en la noche daría inicio el curso punta de flecha en plata, un intensivo entrenamiento en las artes de los bosques y el escultismo que duraba 2 días, era de carácter aprobatorio y además obligatorio para obtener la Primera Clase (hoy Pionero). En aquellos días quien no pasaba por el Punta ‘e Flecha o se lo raspaban, no llegaba a ningún lado en la tropa. Era una extraordinaria oportunidad para hacer amigos, pues las patrullas era formadas por 8 jóvenes de tropas distintas, quienes permanecían como buenos hermanos después de sudar lagrimas de sangre en el campo del honor luchando por el mismo fin: vencer a los otros desconocidos.

La cita había sido a las 6 de la tarde, con la promesa de una cena aguardando en el sitio, cortesía de los scouters.

Y eran casi las 12 de la noche y los scouters aún no llegaban.

Y esa hambre, compadre.

Y aquel frió atroz que producía el sudor de un 98% de humedad relativa y ni una hoja moviéndose.

Ricardo Ruiz, guía de la Mapaches del Lucila (Palacios, 39, grupo scout relativamente popular entre los rubios y velludos, con un morenito de pelo quieto ocasionalmente insertado en sus filas) , con las manos en el estomago, se acercó a un negrito cuatriboleao que mentaban Mafia y quien solía ser extremadamente popular debido a su singular y atemorizante sobrenombre, aunque pocos sabían que se lo había ganado jugando trompo en el local del grupo Independencia (9, grupo scout donde se mezclaron de alguna forma los malandros, desquiciados, expulsados y rechazados de otros grupos con la elite del conjunto residencial El Portón para formar una nueva casta de hombres que definiría el modelo del verdadero scout).

-Mafia, tengo hambre, chamo.

-Verta, si, yo también, pero los scouters ique vienen con la cena.

-Mafia, ¿y si buscamos algo que comer?

-Chamo, pero la tienda esta cerrada.

-Aja, pero vamos a caminar a ver si vemos un conejo, lo atrapamos y lo hacemos a la brasa, como dice Baden Powell en Escultismo para Muchachos.

-Dale, puej.

Aquel par de inquietos jóvenes de unos 14 años de edad salieron a buscar el conejo salvaje directamente a los rincones de las otras patrullas, con el obvio resultado de salir con más hambre de los mismos. El siguiente paso natural fue el patio de la granja del cuidador del campo-escuela. Ricardo siempre adelante, Mafia de segundo.

-Chamo, esos scouters ‘tan  deprava’os- comentó el Mafia, en una voz casi imperceptible por el rugido de unas tripas que reclamaban siquiera una galletita de huevo para calmar la revolución.

-Vértiale, si, y eso que nos dijeron que iban a venir a las 6 con la cena. Que mondenga ‘e depravaos – respondió Ricardo.

Al llegar a la granja y pararse a la luz de un farol, miraron alrededor y no vieron ningún conejo, tal como lo describía Baden Powell, pero si notaron los animales de la granja placidamente dormidos. Como era la costumbre, los jóvenes habían llegado en absoluto silencio, acechando como los zulúes para no ahuyentar a las presas.

En un corral improvisado con unas tapas de ventiladores había una gallina fina durmiendo (fina: la esposa del gallo de pelea, la otra es «marota», la esposa del gallo grande y feo que al primer espuelazo sale huyendo despavorido y que da origen a nuestra expresión de «gallo marote» para referirse a la persona que sale huyendo en la pelea). La sombra del par de jóvenes comenzó a moverse por sus desplazamientos, permitiendo que estos lograran ver a la gallinita en el corral. Sus rostros se iluminaron y cual dialogo de tira cómica, sobre sus cabezas apareció una burbuja blanca con un conejo a la brasa, girando apetecible, con el sabor a carne asada claramente visible en la imagen. Sus traviesos y nada inocentes rostros se miraron mutuamente, haciéndose la misma pregunta sin articular palabra.

-¡Dale puej! – susurro Ricardo.

Mafia sólo obedeció, después de todo el era El Mafia, una inocente y dulce criatura a quienes las circunstancias le habían dado una fama gratuitamente ganada.

Sigilosamente se acerco a la gallina y con sus dedos abre-candados quito el seguro de la tapa del ventilador, dejando al descubierto el conejo que los jugos gástricos habían moldeado en aquella gallina.

– Agarrala por el cuello pa’ que no chille – sugirió Ricardo, mirando a todos lados, vigilando la zona.

-Pescuezo, marisco.

-Ajá, bueno, pero agarrala por ahí, puej.

-Si, ya se. Salimos pa’lla –  respondió Mafia, señalando con la boca el sitio hacia donde irían a preparar el conejo.

Mafia extendió su mano hasta el limite para no despertar la gallina mientras le rodeaba el pescuezo cuidadosamente con los dedos, calculando el momento justo en el que debía apretar y la forma como debía hacerlo para que la gallina no tuviera la mínima oportunidad de emitir cacareo alguno.

Nadie sabe como las cuerdas vocales de la gallina vencieron la fuerza atroz que ejerce un adolescente hambriento cuando aprieta su presa. Y no sólo fue el cacareo de la gallina: El gallo que estaba al lado emitió la voz de alerta al observar intrusos en su territorio, lo cual comenzó con una orquesta de cacareos alarmantes en el medio de la noche sin luna, que fue brillantemente culminada con el sinfónico y estruendoso graznido del ganso macho que Ricardo pisó sin querer en su huida por el lado opuesto del que habían acordado

Todavía con la gallina cacareando y aleteando en su mano derecha, súbitamente Mafia pudo ver donde quedaba todo a su alrededor, al encenderse las luces de la casa del cuidador, quien comenzaba abrir la puerta cuando el joven soltó la gallina y huyo despavorido sabana adentro.

A lo lejos, minutos después, podía oír las carcajadas pícaras de Ricardo, quien ya había comenzado a circular la leyenda de que Mafia se estaba comiendo una gallina.

1 thought on “La Codorniz (o la Gallina que Nunca me Comí)”

  1. Alejandro Poleo

    Un abrazo grande, gran Carlos Castro!
    Sigue por favor limpiando el nombre de ese intrépido e inteligente personaje llamado Mafia. Es increíble como un nombre puede marca a un niño y hasta hacer que intente hacer cosas que no le son naturales.
    Ahora, eso de estar describiendo Dinizulu como si estuviera en Suiza … No estoy muy seguro que sea una buena idea. Añade el calor , el terreno seco y duro de cavar sin taladro / martillo neumático.
    Estas redactando cada vez mejor.
    Felicitaciones!

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *