Israel
En el año 2003, el Paola decidió hacer su campamento anual (campamento al que deberían ir todas las unidades) en Guasina, un valle situado en una región montañosa del Estado Lara, en alguna parte localizada a 30Km de la carretera Lara-Zulia, en la zona de Palmarito.
Era una locura.
Guasina queda exactamente en el medio de ninguna parte: No hay electricidad, ni señal de celulares, ni radios, ni forma alguna de comunicarse con el mundo que no sea calzarse los zapatos y echar a andar montaña afuera.
Habíamos llegado allá por la insistencia de Akela (Carlos Hernández, jefe de clan, pero siempre Akela para otros), quien solía visitar el sitio precisamente por su aislamiento y el sentido de pertenencia al mundo natural que el mismo brinda a los excursionistas. Las guías, dirigidas por Eolimary Palma, una «sargenta» producto de la antigua forma de hacer escultismo, se presentaron con 3 patrullas; la tropa con dos patrullas y media y el clan y las guías mayores con todos sus integrantes.
La media patrulla de la tropa era la Lobos de Israel, recientemente investido como Guía de Patrulla, luego de la partida de Carlos Eduardo, el morocho, la biblia del escultismo. El Isra, como cariñosamente le llamábamos, había ido a regañadientes, pues a última hora se habían arrepentido dos patrulleros por el miedo que generan ciertos sitios de campamento en los corazones de los padres. Era el último superviviente de una patrulla que generó admiración en la Región Zulia; se podría decir que tenía casta de guerrero.
Convencerlo para que asistiera al campamento fue sumamente difícil. Todos los intentamos hasta que por fin se decidió a ir con Henry, un «nuevo» para todos los efectos, aunque ya estaba promesado, y un niño de 11 años, novicio, a quienes conocíamos como Tegretico, por la medicina que tenia prescrita para evitar los ataques epilépticos. Era la excepción a la regla del Paola que dice que una patrulla debe tener como mínimo cuatro integrantes para asistir a un campamento.
En una conversación privada le había insistido que el mundo es de quien decide conquistarlo, tal como de los conquistadores fue el mundo que vinieron a tomar hace ya más de quinientos años.
Y mis scouts están en la obligación de seguir los consejos del jefe. No hay otra opción.
Ver a Isra en plenitud de condiciones físicas cargando a esos dos muchachos, bañando personalmente a Tegretico, preparándoles la comida, vigilarles el sueño y protegerlos como si de su vida se tratara, fue una experiencia gratificante para un decadente dirigente como yo.
Mas gratificante fue verlo enfrentarse casi solo, con dos jóvenes que más bien parecían actores de reparto en una película en la que el protagonista era él, a la máquina de las victorias que era la Halcones, los experimentados Águilas de Luis Carlos, o los excesivamente poderosos Escorpiones.
No tenía chance: estaba el solo contra el mundo.
Y el mundo, precisamente, era el objetivo de ese conquistador.
Cuando había que hacer torres, Israel dejo su sangre en los amarres; al jugar, fue el quien mas apretó; al cantar, sus gallos eran los más fuertes.
Estaba tan enloquecido como un tiburón hambriento justamente después de oler sangre. Y la sangre en la tropa tiene nombre de mujer: Victoria.
Fueron seis días de tensiones para unos jóvenes que solo querían ganar, pues tal como se les había enseñado, ellos no tenían que salir a ganarles a las patrullas de otras grupos porque el equipo a vencer siempre estaba a su lado, en el cuadro de la formación. Si alguna vez quedaban de primero en los juegos amplios era porque habían intentado, por todos los medios, vencer a sus compañeros de tropa (y otros habían caído en el fuego cruzado).
Todas las noches le recordaba que el mundo era de quien decidía conquistarlo: era el té moral que le servia caliente cada noche para que durmiera con facilidad.
Al final del campamento, el gladiador de los abdominales de acero, cansado, abatido, pero nunca derrotado, paso al frente del cuadro con sus dos imponentes actores de reparto, a recibir el premio de segundo lugar.
Para la Lobos de Isra, Victoria –esa hermosa mujer de inconfundible y placentera presencia– sólo estuvo con ellos en ese campamento, aunque la Halcones también la hubiese tenido al final.
Justo antes de retirarse a su casa a dormir, como no había hecho desde hacía seis días, el hoy cadete de cuarto año de la Academia Militar se me acercó a abrazarme como siempre han hecho mis muchachos. Me retiré unos centímetros de él, lo golpee fuertemente en el pecho, le clave la mirada que pocos pueden sostener y le grité:
-¿De quien es el mundo, Israel?
-¡De los que deciden conquistarlo, scouter! – respondió.